Andrés Cerio

Suplemento de LA BUHARDILLA DE COLETTE.

RELATOS DE SOBREMESA Nº 1 Nov./dic. 2006

06 noviembre 2006

CALIDAD DE VIDA (Adolfo Ruiz)

Giró hacia el otro lado y cubrió su cabeza con las sábanas que aún emanaban los olores de la desbocada madrugada, pero resulto inútil. Los penetrantes rayos del amanecer le martilleaban las pupilas anunciándole que en dos horas partiría su vuelo.

* * *

Cada nueva convención le permitía dar rienda suelta a sus instintos y escapar de su cárcel de bienestar, ésa que algunos llaman calidad de vida.

No había congreso de odontólogos al que no asistiese, a pesar de considerarles unos seres inmorales, pues opinaba que era del todo imposible que alguien en su sano juicio tuviese semejante vocación.

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Miró hacia el otro lado de la cama para contemplar una vez más el desnudo cuerpo de su noche de pasión, una angelical y jovencísima mulata que aún permanecía sumida en un profundo sueño. Luego recordó cómo aquella venus color canela le había hecho navegar por las más delirantes y salvajes entrañas del placer hasta ascender a cumbres del éxtasis nunca antes exploradas.

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Dejó los cien dólares sobre la cómoda, cincuenta más del precio acordado, y abandonó la habitación del hotel en silencio, como no queriendo devolver a la realidad a quien tan lejos le había conducido.

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En el la zona de embarque no podía evitar pensar en su negra y rizada cabellera, y en cómo ésta parecía trazar dibujos imposibles cuando el fragor de sus rítmicos y depredadores movimientos anunciaban la inminencia del clímax final.

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Ya en el avión, se sintió inundado por imágenes de su cotidiana existencia. Pensó en su maravillosa y cariñosa esposa, un templo de virtudes de la mujer de nuestro civilizado tiempo. También reflexionó sobre su único hijo, quien convertido en skin desde hacia varios años, sólo pasa por casa para pedirle dinero y llamarle hipócrita.


* * *

El revuelo que armó para abortar el despegue podría haber provocado su detención, pero su condición de turista de clase “A” le permitió abandonar a toda prisa la nave sin excusa alguna.


Mientras corría por la pista, ajeno a la lluvia que le empapaba, aflojó el nudo de su corbata como quien se despoja de la pesada carga de millones de años de evolución.

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El recepcionista le dijo que no sabía nada de la venus color canela y que nunca antes la había visto. También contó que ella entregó algo que el turista había dejado al parecer olvidado, para que se lo devolviesen.

* * *

Desde hace más de tres meses deambula por garitos de la bahía tratando de encontrarla, pero parece que nadie sabe de ella.

Tal vez, le dijo un anciano, procediese de un poblado del interior, uno de esos que se ocultan bajo la densa jungla. Lugares donde, según cuentan, aún perviven ancestrales creencias que veneran a las diosas del placer, divinidades capaces de adoptar forma humana y andar entre nosotros sin ser descubiertas.

Algunos, ya cansados de sus preguntas, le dicen que quizás todo fue el sueño de una noche de borrachera, pero él les responde que no es cierto y se aferra a algo que lleva entre sus manos, un sobre con 100 dólares.
 
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